Feliz cumpleaños mamá.
Violeta para Fabiana
Para
mi vieja, porque hoy cumpleaños.
Y
porque me enseño a caminar mas de una vez.
Y porque me enseñó a volar; también me enseñó a volar.
Este texto viene siendo
craneado desde hace rato. Un buen rato, al menos un par de meses. Por cobardía
o dejadez o abuso de pereza no tomó forma, no nació antes. Aunque reconozco
que al fin de cuentas vino bastante bien y agradezcole al tiempo si me puso
ante un desafío. Raro es que me decida a escribir esto desde aquí, desde algún
momento de alguna noche de algún punto sudamericano del planisferio –al sur,
obvio está, desprevenido quién no lo sepa- que bien puede llamarse Trujillo,
Lima, Isla Cogote o la misma Cali o Coroico; pero lo que no es raro que sea
durante los primeros días de mayo y estando, a miles kilómetros de allí. Mas
allá de cierto pesar.
Es casi cinco de mayo, y cinco
de mayo es el día que mi mamá cumpleaños. Y es esta la forma que encuentro de
decirle feliz cumpleaños. A la distancia. No tengo hoy día mas regalo que éste.
No tengo –no se si hay- otra manera de salvar esta distancia.
Lo cierto.
Era una mañana de
domingo, mientras la masa de los tallarines -¿o eran ravioles, o sorrentinos, o
qué eran?¿eran canelones?- se aireaba, estirada sobre la gris mesada durante un
buen rato; mi madre, mi mamá, que años cumple todos los cinco de mayo, agarró
mi guitarra, criolla, dos colores sobre el cuerpo, la puso sobre sus piernas, y
como un niño abraza a su abuela, cruzó sus cortitos brazos sobre la guitarra y
se puso a rasgarla, apenas. De manera desprolija, sin ritmos por momentos, casi
no se escuchaba el sonido, por momentos. No sólo los brazos cortos tiene mi
mamá -hay que reconocer que la longitud en ella no es una virtud –entre tantas
que tiene, eso es una nimiedad- sino también sus dedos son cortitos, y por ello
los acordes que intentaba rasgar, esa mañana de domingo que esperaba a que los
¿tallarines, ñoquis, canelones, qué? se airearan, por momentos no sonaban, no
completaban, se perdían por momentos. Pero esa mañana, mi mamá no estaba
dispuesta a demostrar si era o no una superdotada en el arte del solo de
guitarra y yo tampoco esperaba que de la nada se saliera con “Voodoo Child” o
“Escalera al cielo” o “Post-crucifixión”. Esa mañana mi mamá estaba dispuesta
–de eso estoy seguro- a que los canelones o ravioles o sorrentinos o lo que
realmente fuéramos a comer ese mediodía de domingo, estuvieran más o tan ricos
como siempre, como cada vez. Pero esa mañana, mi mamá que cumple años todos los
cinco de mayo, tampoco estaba dispuesta –en realidad no lo se, pero pienso que
no- a grabar en mi memoria cierta imagen, cierto parentesco fotogénico, en ese
instante en que decidió tomar la guitarra con sus cortas manos, sentarse como
doblada, inclinada un poco hacia adelante, apoyando su traste apenas en la punta
de una de las cuatro sillas viejas y feas del comedor, cada una con su tapizado hecho mierda; acomodando la guitarra sobre sí en cierta posición oblicua, de cara al sol que
entraba por la ventana de la cocina, mientras el ambiente olía a tuco casero.
Entonces: mi mamá, la guitarra encima, el cuerpo un tanto doblado y su perfil
aindiado –porque la sangre Rocha tiene cierto gen indígena- que de cara al sol
quedaba clarísimo, evidenciado como pocas veces, los largos rulos negros sobre
los hombros, sueltos los largos rulos negros y creo, si la memoria no me falla,
el delantal negro de Mafalda blanco, polvoriento y honestamente sucio por la
harina. Entonces digo, ahora: esa imagen y su parecido mágico, instante eterno
en la memoria, con esa foto de Violeta Parra, esa similar manera de agarrar la
guitarra, esos dos pies juntos y quietísimos sobre el suelo de granito
amarillo. Ustedes pensarán –y quizás bien hacen en así pensarlo- ¿este muchacho
delira? Pues no se y si así es, mis disculpas por hacerlo. O mejor dicho, no
van mis disculpas por hacerlo. Pero animo a decirles que fue casi automático
ese rapto en el tiempo, en esa mañana de domingo en que me detuve primero en el
aindiado perfil que me ofrecía el sol y luego en la postal toda que incluye a
mi mamá, a la guitarra, a esa forma de abrazar y a la silla, aunque hecha
mierda esté. Y a Violeta. Que además sabe vislumbrar a mi mamá durante un buen
rato con sus músicas. Anímense y para que sepan que no miento en lo que les
digo, busquen esa foto de la que les hablo y verán que pese a sus sospechas de
delirio, no es así.
Y este texto se hizo mas largo
y mas enroscado de lo deseado y además tomo casi un tono confesional, pero no
sólo que no huyo del tono confesional sino que aprovecho y confieso más todavía
algo que quizás algunos sepan.
Creo que vos no mamá.
En
aquellos días en que casi te cortan el
vuelo, en esos días en que casi te vas a mirarnos y cuidarnos desde otro
lado,
casi pero no; clarísimo está, vos llevabas en tu cartera de cuero marrón
un
libro de Eduardo Galeano. Y estaba marcado en algún lugar el libro.
Cuando nos
dieron la cartera y todos los papeles que allí llevabas y no recuerdo
que otra
cosa más, yo reparé en el libro y por una especie de reacción
instintiva, fue
con lo único que me quedé y lo guardé en mi morral y lo lleve conmigo
cada vez.
Y cada vez, cada uno de esos días después que intentaron cortarte el
vuelo,
mientras se sucedían las esperas yo abría el libro en el mismo corto
relato, lo
leía en silencio, volvía a cerrarlo y así hasta el otro día, que el
ritual se
repetía: el libro abierto en el mismo lugar y yo leyéndolo en silencio.
"La muerte no existe" era lo que se leía en la última línea del cuento.
Una vez me preguntaron qué lugares me gustaban o en qué lugares me gustaría estar. Dije: cerca del mar, la montaña y la panza de mi vieja. Dije, recuerdo perfectamente, la panza de mi vieja. Y no me equivoqué.
te amo tanto hijo...y sabes que este camino soñado lo hacemos juntos o no lo hacemos..por eso todavia mis alas siguen disfrutando de la libertad y de poder cobijarlos bajo ellas...
ResponderEliminarUn regalo nunca esperado....
No se si en mi regazo tus palabras, al vuelo
ResponderEliminarolimpo en tus encantos
sonarían tan bellas al son de tu sonrisa;
no se si en mi regazo, tus marcas de la vida
Podrían haber puesto en los aires del viento del sur
Tanto ternura, tus ojos, almendro, cual susurro me cita
Tu cielo
Quizás en este, mi regazo, tu abrazo partido
Tus penas , quejosas, tristes, oscuras,
Hubieran sido leves, etéreas, livianas…
Agua que te cobijo durante lunas
Nueve de ellas
Y entonces, miraste, esos mismos ojos de hoy
Con un llanto nada impertinente, cantando bajito..
Cómo hasta hoy…
Eres vuelo, palabra y eres vos.
Eres agua, viento, cielo, mar
Como en esas nueve lunas, esa, las tuyas,
Las mías, las nuestras….
Qué música más hermosa se puede escuchar
Que tu canto a través de tus palabras?
Que sonido más afinado se puede pedir
Que tu llanto pidiendo basta?
Que mirada más puede pedir
Que aquella que vi cuando abrí mis ojos
Luego de que
me quisieron cortar las alas?
Que otra plegraria voy a cantar después
De verte abrazar, rugido por dentro, hinchada tu alma
Los versos de tu libertad?
Por eso, nada más que
Porque fuiste, sos y serás
Mi Nacho
Te amo…..